Perla Abrate
Amaranto
Nadie podía imaginar cuando te levantaste tan enojado esa tarde que serías capaz de tanta maldad. Aunque todos sabían que eres un muchacho malhumorado, no tenían idea hasta donde podía llegar tu locura.
Gozabas al ver el rostro de ella desfigurado cuando te agachaste frente a su planta favorita, ese amaranto que había sido de su abuela. Siempre te contaba como la habían cuidado, primero su abuela, después su madre y luego ella por casi ochenta años.
Por eso tembló al verte allí, con esa sonrisa diabólica.
Una a una fuiste quitando las hojas mientras reías a carcajadas diciendo – Me quiere, no me quiere.
No pudiste entender por qué la angustia de Laura fue dando paso a una sonrisa y después todos reían con ella.
Si hubieras tenido ojos en la espalda hubieras visto la rama que, creciendo rápidamente, subió hasta alcanzar tu cuello para enlazarlo y apretar con fuerza.
Lástima que tampoco pudiste escuchar la carcajada y el aplauso que todos, incluso Laura, prodigaron a la planta.