Olga Noriega
El viaje
La frenada brusca del micro lo despabila. Juan acomoda su cuerpo entumecido en el asiento. Quisiera estirar las piernas, imposible, la butaca de adelante no permite esa comodidad.
Mira por la ventanilla, hace varias horas que abandonó la ciudad.
En el firmamento están apareciendo las primeras estrellas que acompañaran una luna redonda y plena que adornará la noche, tiñéndola de ese azul profundo de noches sureñas.
El camarero le ofrece la cena, come con avidez y procura dormir. La película de amor que pasan no le interesa, las prefiere de acción o suspenso.
Mañana llegará a destino. No quiere forjarse falsas ilusiones, cree estar preparado para enfrentar la realidad, aunque le sea adversa.
Su reloj marca doce y media. Ve acercarse al camarero
-¿Falta mucho para Centenario?
- Dos horas.
A medida que el coche devora caminos su ansiedad crece con la misma celeridad con que se acerca a su punto de llegada.
Quiere volver a dormir. Imposible distraerse con el paisaje, lo ve gris, monótono, nada le llama la atención; salvo aquella manada de guanacos que cruza veloz a campo traviesa, sin perder su garbo, sorteando las matas espinosas con brincos ágiles hasta perderse.
Y allí está, le parece que de la nada ha surgido el caserío. Ni siquiera el sol que cae furioso sobre los techos y se expande por las calles polvorientas logra darle un poco de brillo al poblado.
Unos paisanos miran impávidos la llegada del micro que frena ruidosamente frente a ellos, parece que nada lograría sacarlos de su letargo.
Juan desciende despacio, estudia con detenimiento todo lo que lo rodea.
- ¿Conocen a esta mujer? Se llama Lidia Gutiérrez.- interroga a los hombres que miran sin interés la foto y se encogen de hombros.
Ahora Juan pregunta con más ímpetu:
- ¿La conocen? La respuesta ahora es un gesto que indica un bar,.
Juan titubea por un instante, entra. Allí, detrás de unas tablas que hacen de mostrador, asoma un rostro surcado por huellas de tristeza. Juan compara la imagen que tiene en la mano con la que tiene frente a él, su corazón da un vuelco.
- ¡Mamá!
Ella lo mira, confundida por un momento. Limpia sus manos en el delantal y va al encuentro del hijo tan amado para cobijarlo en el abrazo.